Rosario Robles
No es casualidad. La decisión de AMLO de jugarse todo en el debate del próximo domingo expresa con claridad su estrategia. A diferencia de hace seis años, que decidió no participar en el primero que se hiciera en esa campaña presidencial (en estos días sin pruebas y como si su dicho fuera suficiente, informó que se trataba de una trampa y que por eso no asistió), ahora quiere hacer de este ejercicio un punto de inflexión, un aspecto central en su estrategia. Desde luego la circunstancia no es la misma. En aquel momento encabezaba las encuestas. Ahora se encuentra en el tercer lugar, arañando la posición de Josefina Vázquez Mota. Le urge remontar esta situación y colarse al segundo para hacer realidad su deseo de hacer de su campaña una confrontación con Enrique Peña Nieto. De convertirla en un cara a cara. No en balde ha solicitado una cadena nacional y ha convertido este tema en su preocupación central esta semana. Lo ha hecho porque le urge que muchos sean testigos de su intención de “desnudar” al candidato del PRI con algún documento, acusación o verdad a medias de esas que tanto le gusta retomar. Sin embargo, su planteamiento enfrenta varios problemas y puede convertirse en un búmeran. En primer lugar, porque para el equipo albiazul el debate es también una oportunidad para contrastar al mexiquense y difícilmente le dejará toda la cancha al tabasqueño.
El haber repetido tantas veces que EPN es incapaz de articular ideas y propuestas puede ser el factor que se le revierta este próximo domingo. Ha sido López Obrador el encargado de bajar al extremo la expectativa sobre el desempeño de Peña. Con cuidarse, formular las propuestas y no engancharse en provocaciones, Peña Nieto puede salir avante precisamente porque sus opositores le han abaratado enormemente su participación. Por el contrario, sobre todo López Obrador ha encarecido la suya. Seguramente prepara una sorpresa (de esas que le gustan), y fiel a su estilo se saltará literalmente las trancas en el momento que considere conveniente para colocarse en el centro y pretender con ello apoderarse del posdebate. Por lo demás, la diferencia en las encuestas es tan amplia que EPN puede administrar perfectamente su participación sin poner en riesgo su condición de puntero. El debate es importante, pero, en el contexto actual, no parece que cambie las tendencias. Para concluir no se puede obviar que la discusión que se dio esta semana refleja algo que no se puede obviar. Proponer que ver el debate se convierta prácticamente en una obligación de los ciudadanos y que los mismos no tengan la posibilidad de ejercer su derecho a decidir es una posición poco libertaria. Es cuestionable que una televisora menosprecie el proceso electoral olvidando su condición de concesión pública y la importancia de acreditar su compromiso con México en estos momentos. Pero de ahí a querer imponer es otra cosa. Quienes así lo propusieron, lo único que hicieron fue mostrar su tufo autoritario.
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