Por Bajo Reserva
Era tan simple,tan inocuo, como aceptar, desde el primer momento, que se había firmado un “convenio de colaboración” con el PRI en donde se pactaba un compromiso para no hacer alianzas en el estado de México. No había necesidad de complicar el escenario, de convertir en escándalo un hecho que no se podía negar. Había cuatro copias del documento, una de ellas en poder de Beatriz Paredes y por lo tanto, negar su existencia sería una suerte de suicidio político.

César Nava optó por nadar a contracorriente, por enturbiar algo que de suyo, no era necesariamente turbio. Tras días de negarlo en cuanta oportunidad se le presentó, el diputado federal, uno de los hombres más cercanos al Presidente, salió a dar la cara: efectivamente, sí firmó esa suerte de pacto, el mismo que con vehemencia había negado sólo unas horas antes.

Acotó que se refería únicamente al estado que gobierna Enrique Peña Nieto y a condición de que pasara el paquete fiscal en los términos en que lo envió Felipe Calderón al Congreso. Desde la óptica del dirigente blanquiazul, fueron los priístas quienes violentaron primero el acuerdo y por lo tanto ya no había nada que honrar y mucho menos que informar a su bancada, a los senadores que por la mañana cerraron filas para exigir pruebas de esa famosa firma que difamaba al líder de su partido. Por alguna razón se ha instalado en el PAN una extraña fascinación por dirigentes que resultan aves de tempestad: Manuel Espino, Germán Martínez y ahora César Nava. Los dos primeros lo pagaron con el “exilio” político. ¿Qué le espera a César Nava?