El 29 de enero, Tony Blair se presentó ante la comisión que investiga la guerra de Irakantes de que amaneciera, empezó nervioso y acabó arrogante, desperdiciando la oportunidad de mostrar algo de contrición, ni que fuera por las decenas de miles de muertos. Gordon Brown, hoy, se ha presentado por la puerta principal, sin evitar ni a los -pocos- que protestaban contra él ni a las -muchas- cámaras que le esperaban, estuvo tranquilo desde el primer momento y empezó y acabó su declaración con un homenaje a los muertos por la guerra, lo mismo militares que civiles.
Entre ambos lamentos, el actual primer ministro y en el momento de la invasión de Irak canciller del Exchequer y ministro del Tesoro aburrió a las ovejas con un tono monótono y abrumó a sus interrogadores con la atención por el detalle y la catarata de datos con que solía imponerse en los debates parlamentarios cuando estaba al frente de la economía británica.
En cuanto se le presentó ocasión, se refugió en las cifras y machacó el único mensaje que realmente le interesaba dejar claro: que él, como responsable del Tesoro, puso a disposición del Ejército británico todo el dinero que le pedían. Si no tuvieron más es porque no lo pidieron, vino a decir.
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