La primera vez que estuvo en México Juan Pablo II fue del 26 de enero al 1 de febrero de 1979. Gobernaba el país José López Portillo, nos preparábamos para administrar la abundancia que nunca llegó porque nos saquearon, pero nos volvieron a saquear y a saquear y a saquear.
Ésa fue la primera ocasión que visitara nuestro laico país un Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Recuerdo que días después de la santa visita, el 13 de febrero, recibimos a James Carter, Presidente de Estados Unidos. Por este motivo, el ingenio popular puso a circular un chiste: ¿Para qué vino el Papa a México? Para que Carter nos coja confesados.
Poquita fe
En el México de 1979, el de la primera visita de Juan Pablo II, 92% de la población se declaraba católico. En el México de hoy, el de la primera visita de Benedicto XVI, sólo 83.9% de la sociedad se manifiesta creyente del catolicismo. Contrasta con el porcentaje nacional a la baja, 94% de católicos registrados en el estado de Guanajuato, sede de la visita pontificia, según el censo nacional del 2010.
Otro cambio notable en la Iglesia Católica es el declive en el número de sacerdotes. En 1978, año de la ascensión de Juan Pablo II al papado, había un sacerdote por cada 1,800 fieles. En el 2005, año del nombramiento de Benedicto XVI como Sumo Pontífice, sólo existía un sacerdote para cada 2,700 devotos.
El mensajero de Dios
Con este título están anunciando la visita de Benedicto XVI sin que nadie precise qué clase de mensaje trae y, mucho menos, la forma como el emisor de éste se lo hizo saber al emisario.
Se ha especulado si la visita del Sumo Pontífice obedece a motivos meramente religiosos o si con éstos están mezclados móviles políticos y electorales. Don Rubén Aguilar escribió ayer aquí en El Economista: “Las razones de la visita del Pontífice a México son religiosas y también políticas, pero no electorales”.
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