
Por Rafael Cano Franco
Cuando César Lizárraga llegó la alcaldía de Guaymas, no faltó quien lo promocionara como el delfín del Gobernador para llevarlo de la mano a nuevas empresas políticas; no solamente había ganado con relativa holgura la alcaldía del puerto, también era empresario exitoso, joven y carismático; tenía muchos atributos a su favor, pero algo pasó que se perdió en el camino. A esas alturas de definición de aspiraciones electorales, el alcalde de Guaymas simplemente no aparece, es más se convirtió en un lastre para su partido y todo indica que aquel futuro político que se veía tan promisorio se fue al cesto de la basura.
El grave problema de César Lizárraga es que en lugar de gobernar optó por hacer de la alcaldía un gran negocio personal y familiar, donde también incluyó a amigos y empresas allegadas otorgándoles contratos millonarios. Entre la corrupción y la opacidad que ahora vive el Ayuntamiento de Guaymas, el alcalde César Lizárraga mató su futuro político y ahora a lo más que aspira es precisamente a poder concluir su periodo de gobierno sin mayores altercados, algo que a estas alturas se antoja imposible.
No es poco lo que la sociedad guaymense le reprocha: compró terrenos que valen millones a precios irrisorios y los puso a nombre de sus familiares, su mamá y algunos otros parientes aparecen en los registros; desde el inicio de su administración se le cuestionó los motivos para dar un contrato de 44 millones de pesos por la renta del alumbrado público a la sociedad financiera “Mifel”; a los escándalos de mal manejo financiero se suman las acusaciones de incapacidad política y por si faltara algún otro reclamo mudó su despacho a los cafés de Hermosillo en lugar del Palacio Municipal de Guaymas. Pero ahora, a todo eso se suman dos nuevos escándalos que vuelven a comprometer las ya de por sí comprometidas finanzas municipales de Guaymas.
A pesar de que el contrato con “Mifel” fue leonino, opaco y sospechoso de corrupción; al alcalde Lizárraga Hernández eso no le impidió ratificarlo y más allá de los 1.4 millones de pesos mensuales de pesos que debe pagar por el arrendamiento, también comprometió el erario público pues aceptó que al finalizar el contrato, el 1 de julio del 2012, el Ayuntamiento tiene la opción de comprar las luminarias de alumbrado público o en su defecto deberá pagar una multa superior a los 14 millones de pesos.
A este escándalo se agrega el que descubrió el semanario “Primera Plana”, que sacó a relucir las irregularidades que rodean la renta de una serie de vehículos –entre ellos una camioneta Tahoe que recientemente participó en un choque y que es la usada por el Alcalde—cuyo contrato tampoco se licitó y el otorgamiento del mismo mueve al “sospechosismo”.
El contrato con la empresa “AMT Motors”, representada por Alfonso Onofre Muñoz Peña, representa una erogación de nueve millones de pesos para el Ayuntamiento de Guaymas, entre ellos la Tahoe por la cual pagan 40 mil 600 pesos al mes de renta, es decir que al día paga 1350 pesos de renta por un solo vehículo. En este contrato, como en los anteriores que firmó, al alcalde Lizárraga Hernández no le importó el manejo administrativo y la capacidad financiera del Ayuntamiento; volvió a exhibir que a la hora de firmar contratos actúa con dispendio y es generoso con los recursos que no son suyos.
Si el Ayuntamiento de Guaymas estuviera considerado como uno de los más ricos de Sonora, esos dispendios no pasarían de lujos excéntricos de un mal alcalde; el problema es que a Guaymas y su administración municipal les hacen falta recursos, hay sectores que adolecen de servicios públicos, las necesidades del municipio son millonarias pero a pesar de eso César Lizárraga Hernández insiste en darse vida de marajá.
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