Hace algunos días escribía en mi blog (www.laloncheria.com) una reflexión sobre la reacción mexicana frente a la aprobación de la Ley SB 1070 en Arizona, que –como estaba planteada en un principio- criminalizaba a las personas sencillamente por el color de su piel.
En el texto en cuestión defendía la idea de que los mexicanos somos muy buenos para indignarnos de las políticas, comentarios y situaciones que percibimos nos “ofenden” como nación, pero muy malos para reconocer nuestros propios monstruos. El racismo, uno de los más grandes y vergonzosos.
Citaba en esa ocasión un artículo del periodista Raymundo Rivapalacio aparecido en el diario español El País, en el que hablaba de la “doble moral mexicana”: nos quejamos del trato que los estadounidenses dan a los migrantes mexicanos pero toleramos –ignoramos, mejor dicho– lo que sucede a miles de migrantes centromericanos que al cruzar nuestro país son víctimas de abusos, discriminación y violaciones sistemáticas a sus derechos humanos… todo con la silenciosa complacencia de la opinión pública.
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