Por Rafael Cano Franco

Está claro que en el PRI las viejas fórmulas siguen funcionando: el dedazo, la imposición del centro y las decisiones cupulares sin que importe lo que quiera la militancia; pero también cada vez existe una mayor oposición a esas prácticas. El registro de precandidatos a las diputaciones federales dejó en claro que en el PRI conviven dos especies distintas: los que son capaces de disciplinarse y los que se rebelan.

Los casos de Rafael Celaya (D I); Flor Ayala (D III); Abelardo Figueroa y Carlos Zataráin (D IV), nos dice que existen priístas que no gustan de la disciplina que se impone desde el centro y que a pesar de tener todo en contra van a buscar cumplir su aspiración, aunque sus posibilidades sean mínimas, tanto en la interna como en la elección constitucional. Pero está el otro extremo, el de aquellos que podían ganar la interna y competían en la constitucional con muchas posibilidades de triunfo.

Mire, en el distrito II estaba más que apuntado Enrique Palafox Paz, dejó su trabajo en Querétaro para venirse a Sonora y poder ser elegible para una candidatura; en primera instancia aspiró a ser candidato por el distrito V, luego le cambiaron la “pitchada” y lo mandaron a Nogales pero a la hora buena, cuando vino la decisión simplemente se hizo a un lado y ni modo, a hacer de tripas corazón y aceptar que hay será para la otra.

El caso de Ulises Cristópulos resultó ser mucho más dramático. El lunes por la noche recibió llamadas de personajes como Emilio Gamboa y le aseguraron que sería el candidato en el distrito III; los últimos tres años él había trabajado intensamente ese distrito y estaba seguro de el tipo de campaña que haría, pero de último minuto le informaron que la decisión no le favorecía y que por diversas influencias familiares, Epifanio Salido Pavlovich sería el candidato del PRI.